¿Hablamos del impostor?

Constantemente voy por la vida y me choco con este tema.

“El síndrome del impostor”, esa voz tan “inofensiva” que nos frena. Ese nudo que no permite desenredar todas mis ideas y que me mantiene en el ¿qué pasaría si...? No solo me pasa a mí; esta es una charla que tengo seguido con amigas, con Fran y hasta con el más sabio de mi mundo: mi papá.

¿Qué pasaría si...? Y nos vamos soñando y volando, dejando las acciones en tierra firme. Muy firme, tristemente.

A algunos los frena el dinero, a otros el miedo a no alcanzar sus propias expectativas, a otros las (tan odiadas por mí) comparaciones, a otros el miedo a hacer algo similar a lo que hace otro y a otros—como a mí—la falta de cojones valor.

Una vez escuché a una psicoanalista decir que, hoy en día, hay una tendencia a “querer ser alguien”, no a hacer algo, sino a figurar, a pegarla… a llegar a la cima o al reconocimiento, anteponiéndolo al deseo. Es decir, ser una cantante famosa antes que simplemente cantar y recorrer el camino por la pasión y el deseo por el canto, no por el número de followers que dibuja Instagram.

Tener un blog de textos con millones de visualizaciones antes que escribir por el simple hecho de escribir y que esos textos puedan ser leídos por quien quiera. Benditos estándares los que imponen las redes sociales.

¿Cómo se lo imaginan? Yo me lo imagino como el inspector de la Pantera Rosa, porque creo que el síndrome del impostor es un personaje ficticio que se apaga cuando cerramos la puerta al mundo exterior—y, sobre todo, al mundo irreal—y nos concentramos en el deseo en sí mismo y en cumplirlo, en cumplirnos.

¿Para qué nos concentramos tanto en el impacto a nivel redes si, al quedarnos sin señal, eso deja de existir? A fin de cuentas, no serán las visualizaciones las que te compren el café; serás tú, y vale la pena que te des el gusto de hacer lo que te gusta.

La ilustración preciosa que acompaña este texto fue hecha por Oriana Álvarez | @orianaav17